27 Oct Ciudades cuidadoras. De las ciudades de la competencia a las ciudades de la colaboración
Las ciudades y sociedades del mañana serán posibles, no como utopía, sino como realidad, si somos capaces de construirnos de manera cooperativa y colaborativa, sin competencias destructivas. Se trata de unas sociedades y ciudades en las que los cuidados sean lo principal. Los cuidados en sentido muy amplio, es decir, entre nosotros como seres humanos y con los ecosistemas con los que cohabitamos.
Tenemos que olvidar la máxima de la autonomía y del individualismo, así como la estructura piramidal en la que se ha montado la sociedad planetaria. Los seres humanos, como bien se plantean, Yayo Herrero y Alicia Puleo, desde los ecofeminismos, somos interdependientes y ecodependientes. Interdependientes porque cada persona depende de otras y porque la autonomía e independencia no es sino el olvido de los cuidados físicos, sociales y emocionales que necesitamos para ser y gracias a los cuales existimos. La ecodependencia se trata de la conciencia de pertenecer a un sistema más amplio, en el que cada elemento es importante, lejos de la famosa pirámide que sitúa al hombre en la cúspide. El hombre, que no ser humano, ya que vivimos en la era del antropoceno androcéntrico, en la que experiencia dominante ha sido la del ser humano varón.
Podemos aportar nuestro grano de arena imprescindible para la pervivencia del planeta y de nuestra especie desde cada detalle en la construcción de las ciudades hasta como vivimos. Las ciudades tienen que tener una escala humana y han de ser compactas, densas y mixtas. No se trata, evidentemente, de hacer nuevas ciudades, sino mejorar las que tenemos. Mejorarlas para vivir mejor, para que podamos escoger y dedicar de manera equilibrada nuestros tiempos a las cuatro esferas en que se componen nuestras vidas: la de la reproducción o cuidados, la de la producción, la propia o personal, y la socio-política-comunitaria. El equilibrio entre esferas, hoy desequilibrado por la producción, será posible si habitamos ciudades basadas en la proximidad, de distancias cortas, conformadas por barrios en el que podamos desarrollar todas las actividades de estas esferas, reduciendo al máximo los desplazamientos.
Las tecnologías de la comunicación podrán ser una herramienta para evitar desplazamientos y para organizarnos, para compartir habilidades y tiempos, lejos de la falsa economía colaborativa que hoy nos invade y nos aleja de la cooperación y el equilibrio.
Las ciudades cuidadoras se proponen desde los feminismos, porque nos entendemos en relación con otros y otras, en las redes de apoyo mutuo. Podemos encontrar trazas de estas redes en las ciudades actuales: las redes de guarderías, espacios para el cuidado de la primera infancia de 0 a 3 años, son una demostración de reconocer la necesidad de espacios para cuidados especiales, al tiempo que han permitido y permiten, principalmente a las mujeres compaginar las cuatro esferas de la vida.
En el contexto español, y europeo, el futuro nos depara un reto especial en cuanto al cuidado de las personas mayores, hablamos de la cuarta edad. ¿Cómo preparamos las ciudades para cuidar un porcentaje que crece exponencialmente de personas de más de 80 años? Según el INE para el 2033 la población de 65 y más años supondría el 25,2% del total, cuando en 2018 era del 19%, y habrá cuatro veces más mayores de 100 años. La ONU indica que en 2050 la población mundial con 80 años o más pasará de 143 millones a 426 millones. Esto indica una cadena de cuidados compleja, que no se puede dejar, solamente, en las familias, como se ha hecho en el modelo latino de estado de bienestar, sino que los cuidados de menores y de adultos son parte de las tareas colaborativas que tenemos que asumir como sociedad. Preparar la ciudad para ello significa cambios de prioridades y de valoraciones; velocidades lentas, distancias cortas, mezcla de usos, al tiempo que es necesario crear nuevas tipologías de vivienda, tanto en su tenencia y en su gestión como en su distribución; también de deben inventar espacios y equipamientos públicos y colectivos aun por imaginar, que nos faciliten las diferentes esferas de la vida.
Este futuro deseable y necesario ha empezado a hacerse realidad hace más de 25 años en la ciudad de Viena y de manera más reciente en ciudades como Barcelona. Se trata del urbanismo con perspectiva de género que implica el detalle, la atención a las necesidades de las diferentes personas y su resolución desde el conocimiento directo. En Viena, es ejemplar, la mejora del barrio de Mariahilfer, donde pequeñas actuaciones lo han hecho más accesible y seguro, dando más autonomía a las personas que en otros contextos serían dependientes. Barcelona, entre otras actuaciones, ha declarado la ciudad jugable, para que ello sea posible es necesario pacificar las calles, en las que las personas son el centro y que sean pensadas para su seguridad, para sus velocidades.
Y es desde los feminismos y las aportaciones que ya han hecho y pueden hacer las mujeres que esto es posible, se trata de cambiar las prioridades poniendo la vida en el centro.